Su indomable fortaleza hacía
que, sin dejarse eclipsar por el temporal fehaciente, siguiera creciendo y
ensanchando, sorbiendo cada destello de un Sol incandescente que no alumbraba
todos los días.
Las plagas vecinas no habían conquistado
su leña a pesar de la cercanía (decían las malas lenguas que su savia no estaba
hecha para ser consumida).
Le debía a sus raíces la
seguridad otorgada en sus primeros años de vida, razón por la que ahora era
ella, quien desde lo alto de la montaña, veía quebrar o caer derruidos otros tallos
por las tenues brisas que acariciaban su tronco.
Sus ramas, eran por la noche
un aval de la certeza del camino. Era un punto de referencia para luciérnagas
perdidas.
Y aunque sus flores
no eran las más vistosas, sus frutos eran
alimento de los espíritus que cruzan hemisferios al compás del sístole de los telencéfalos
inquietos.
"Las herbáceas sufren tanto porque se preocupan más de crear bellas flores que de lignificar”.
Su Razón de Ser: las ganas de [sobre]VIVIR.
¿Desde cuándo un árbol necesita razón de ser?
Su Legado: las simientes esparcidas de una INDISPENSABLE especie en peligro de
extinción.