No es el antojo de no mudar los vestigios
de despojos de una década en cajas de cartón del supermecado.
No, no es eso.
No es el fracaso de la huída (o
del destierro), ni es que la presencia de mi “yo” más perdedor dé un golpe de
estado en este ecosistema cuerpo-mente-alma y se apodere de unos meses de mi
vida.
No, no es eso.
No es la compañía de la sonrisa del
próximo saludo durante los minutos de paseo de la Existencia.
No es la concubina de enfrente que se
ha comprado un platillo volante y queda en llevarte a ver Andrómeda. Y tú
prometes arreglarle el regulador de flujo de recetas.
(Aunque
luego los días pasen, y ella nunca te lleve a Andrómeda, y tú no le arregles el
regulador de flujo de recetas).
No es el espejo de abajo, donde las
canas del dueño, según atraviesas el portal dimensional (con prisas, como siempre), te preguntan: “¿Un
Bukowski seco para llevar?”.
No es melancolía por perder lo [no] tenido no es agradecimiento por haber podido crear
este ecosistema digno de rutina tanto tiempo, tampoco es haber aprendido, después de tantos años, a valorarlo como
se merece.
Es
comprender que el fracaso antes mencionado es la victoria de la libertad.
*Título extraído de la canción peces de ciudad de J. Sabina.
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