sábado, 23 de febrero de 2013

“Ligero de equipaje, sobre un casacón de nuez, mi corazón de viaje”*




No es el antojo de no mudar los vestigios de despojos de una década en cajas de cartón del supermecado.

No, no es eso.


No es el fracaso de la huída (o del destierro), ni es que la presencia de mi “yo” más perdedor dé un golpe de estado en este ecosistema cuerpo-mente-alma y se apodere de unos meses de mi vida.
  
No, no es eso.
 

No es la compañía de la sonrisa del próximo saludo durante los minutos de paseo de la Existencia.

No es la concubina de enfrente que se ha comprado un platillo volante y queda en llevarte a ver Andrómeda. Y tú prometes arreglarle el regulador de flujo de recetas.

 (Aunque luego los días pasen, y ella nunca te lleve a Andrómeda, y tú no le arregles el regulador de flujo de recetas).

No es el espejo de abajo, donde las canas del dueño, según atraviesas el portal dimensional (con prisas, como siempre), te preguntan: “¿Un Bukowski seco para llevar?”.

No es melancolía por perder lo [no] tenido  no es agradecimiento por haber podido crear este ecosistema digno de rutina tanto tiempo, tampoco es haber aprendido, después de tantos años, a valorarlo como se merece.



Es comprender que el fracaso antes mencionado es la victoria de la libertad.


*Título extraído de la canción peces de ciudad de J. Sabina.

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