La mirada TRANSCENDENTAL.
Lo conocía de esos lugares donde los rutinistas de
obligación buscan la combustión espontánea de su sinsentido de yugo: LOS BARES.
No era el típico adonis de gimnasio, pero su mirada azabache te invitaba a perderte de su mano en el abismo. De porte atlético y robusto, entre Bélgica
y Australia se enraizaba su belleza atípica, que culminaba con una sonrisa de
niño mayor que te pide jugar a ser libre.
Tras el primer encuentro, las hembras de la manada quedamos
tan impresionadas como húmedas con su presencia.
“Según avanzaba la conversación avanzaban mis ganas de
follarle”, comentaba una de mis compis de sueños, y pese al pedestal en que la
conversación de vuelta a casa colocó su imagen, resultó ser tan humano como
cualquiera de nosotras.
Pasó una semana de este primer encuentro y fuimos a las
fiestas de un pueblo cercano. Fiestas de arte callejero, de música, teatro,
pintura, circo y, sobretodo, buen ambiente y mucho alcohol. Si bien es cierto
que las imágenes de mi memoria están tan difuminadas como las emociones de la
noche, su sonrisa, su belleza atípica y
su mirada profunda aparecieron incandescentes entre el gentío de nadies y media
botella de Brugal. Y aparecieron provocando, directamente.
¿No es curiosa la burla del secreto universal que hace que,
de igual manera que cuando las cosas van mal tienden a ir a peor, cuando
comienzan a ir bien esta mejoría crece de manera exponencial?
Comenzamos a fluir unas frases banales (para mimetizar con
el buen ambiente del no-lugar), hasta que
la razón de nuestra ganas tomó el poder de la situación, propiciando el
acercamiento, acelerando constantes, aprendiendo de memoria el olor de nuestra
piel, notando en mis labios su barba perfectamente afeitada mientras la música
del concierto dejaba de existir y el baile del gentío de nadies se grababa a
cámara lenta.
Sus ojos me estaban desnudando sin corte, y eso no podía
alimentar más mi deseo. ¿Por qué coño no se va la multitud, no ven que sobran?
Entonces sus labios carnosos envolvieron los míos de manera dulce y firme, de
la manera en que besan los líderes, aquellos que saben cómo hay que besar.
Mis compis, náufragos de la marea de gente, me buscaban. Me
encontraron:
-Compi, nos vamos a volver a casa. ¿Tú qué haces?
Uf… buena pregunta. ¿y yo qué hago? Quería disfrutarlo.
-Io tener furgoneta para dormir.
Me sobraba.
-Me quedo.
Me despedí de mis compis y volví a por mi inesperado regalo
de la noche.
Él también me estaba esperando.
-¿Quieres dar vuelta? Quiero estar a solas contigo.
Que si quiero, dice…como sigamos así voy a tener que
escurrir el tanga como si fuera una vileda
cristales…
Giramos la calle a la derecha y otra vez a la derecha, y la
cama más grande del mundo nos llamó a su pecho: hierba.
Y otra vez volvimos al beso, esta vez con más rabia, la
rabia de no querer disfrutar de este deseo todos los días. Me besaba y murmuraba, no sé si en alemán, es
castellano o en animal, y yo le devolvía el beso, exhalando algún gruñido sordo
que crecía con la intensidad de nuestro
baile.
Se quito el poncho, me quité la camiseta (aunque quizás nos
desnudáramos el uno al otro), me bajó los pantalones y comenzó a lamerme.
Tumbada boca arriba podía ver, además de las estrellas pese a estar nublado,
cómo nos guiñaba el ojo un aforo de balcones. Éramos parte de la nada en mitad
del todo, o viceversa.
Y allí, siendo protagonistas del arte (callejero o no) más
antiguo del mundo, nos disfrutamos enteros. Nos entregamos al aliento del otro,
con un íntimo trueque de sudor y besos, con el vaivén de las caderas
hambrientas que bailan por la cuerda floja de no perder del todo el
sinsentido. Y así, en una simbiosis perfecta, hasta llegar al cielo
en un gemido.
La OTRA mirada.
Había bebido media
botella de ron e iba más pedo que Amy Winehouse en las fiestas de su pueblo.
¿No es curiosa esa regla universal que hace que, cuando vas
ciego, si meas la primera vez has de hacerlo luego cada cinco minutos?
Pues ahí estaba yo, en un concierto de grupos locales,
perdida de mis colegas y buscando la interminable cola del baño. Cruzando las
piernas para no tener que escurrir luego el tanga.
Encontré el baño, por llamarlo de alguna manera, e hice mis
necesidades con esa típica escena de mujer que con una mano sujeta el bolso,
con la otra la puerta, y mientras tanto hace un intenso ejercicio de cuádriceps
luchando por mantener el equilibrio cual experto yogui. Uf… que gusto.
Al salir del baño, regocijándome en el intenso placer que
había provocado la evacuación de mi embriagada vejiga, me encontré con un
Erasmus que conocimos el fin de semana pasado. El chico estaba de muy buen ver,
y a mis feromonas el alcohol les sienta de maravilla, así que, sin grandes
preámbulos, nos comimos la boca.
En estas aparecieron mis colegas
-¡¡¡¡Tiaaaa!!!!!!
¿¿Pero dónde coño te meteeeeeees?? ¡¡¡que nos vamos ya!!!! ¿¿¿Te vienes
“o que ase”???
Miro a mis colegas con cara de cordero degollado a lo “cinco
minutitos más, por fi”.
-Io tener furgoneta para dormir, aunque haber gente metida
ahí, pero si quieres poder quedar.
Madre mía, ¿quedarme en la furgoneta de un absoluto
desconocido extranjero que podría violarme y vender mis órganos a la mafia de
sus tierras o irme con mis amigos y aprovechar mañana el día para estudiar?
Que me viole.
-Tíos, me quedo.
Mi compi chica, mi mejor amiga sobre la faz de la tierra, [me
desea suerte y dice que va a llamarme mañana para ver si estoy bien} me mira ira con cara de “aaay, que putica
eres, pos no está bueno ni na’ el holandés”. Les acompaño al coche (a coger lo que quedaba del Brugal) y se van.
He triunfao’ como Los
Chichos. Tiri-tiri-tiri.
-¿Tú quieres dar vuelta?
(No, mejor saco el parchís y nos la picamos)
Así que con un aquí te pillo, te mato a la vuelta de la esquina, el holandés y yo
rematamos la faena como animales en el césped de una urbanización. Mañana
rezaré por no salir en el TOP 10 de Youtube.
jajajaja, MUY bueno! Yo soy más romanticón y ese rollete no me va, pero me has hecho reír. Me ha molado muchísimo la primera parte, jajajaja.
ResponderEliminarUn besote!!!!!!!!!